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Relatos Dreamers

     -Veo que la seguridad es excelente –apuntó el anciano, rompiendo el silencio reinante hasta entonces-. ¿Cuántas posibilidades de acceso a los distintos niveles del búnker existen?
     -Solamente tres –contestó Carlson-. Las dos principales son los elevadores. Por supuesto, en caso de emergencia, los huecos de los ascensores pueden ser obstaculizados por completo mediante gruesas placas de plomo, con lo que el acceso entre niveles deja de ser posible. Existe además un tramo de escaleras, que permanece obstruido en todo momento. Su uso sólo es permitido tras una avería general en los elevadores, aunque también puede servir para dar una mayor movilidad a nuestras tropas en el caso de que tuviéramos que defendernos de un ataque. Eso sí, el acceso a los diez últimos niveles, los de las salas de grabación, sólo es posible mediante el uso de uno de los ascensores, el único que recorre los niveles del treinta al cuarenta; en concreto éste en el que nos encontramos ahora.Añadir Anotación
     -¿Y si, aún con todas estas medidas de seguridad, el enemigo logra abrirse paso? –preguntó el anciano a continuación sin dejar de mantener la vista fija en la puerta de metal.
     -Si alguien ajeno al búnker consiguiera llegar hasta el nivel veintiocho, se activaría un sistema de autodestrucción que demolería por completo los treinta niveles superiores de Base Némesis. Los atacantes quedarían sepultados bajo toneladas de tierra, roca y escombros. Esto no afectaría a los niveles inferiores, que permanecerían intactos.Añadir Anotación
     -Le felicito. Un buen trabajo, sin duda –asintió el anciano mientras giraba ligeramente la cabeza para mirar a Carlson-. Suelo seguir de cerca cada uno de mis proyectos, pero en esta ocasión no lo he hecho… Y no lo he hecho porque poseo una total confianza en usted.
     -No le defraudaré, señor –El general no pudo evitar que su pecho se hinchara levemente tras escuchar esas palabras de elogio. Ser el hombre de confianza de alguien tan poderoso era algo que le hacía llenarse de orgullo.
     -Oh, por supuesto que no lo hará –El elevador se detuvo en el nivel en que se encontraba el despacho de Carlson--. Bien, supongo que su mente se encuentra repleta de preguntas, es hora de responderlas.
     Las puertas se abrieron. Carlson las traspasó en primer lugar, seguido de cerca por el anciano y los dos gigantescos hombres idénticos, por lo que Richard cerraba la comitiva. Aprovechando que todos le daban la espalda, introdujo la mano derecha en uno de los bolsillos interiores de su pantalón de campaña y pulsó brevemente el botón del minúsculo ingenio que allí se encontraba. Aquel pequeño aparato envió una señal que fue recibida por el líder de un pequeño grupo de asalto formado por cuatro soldados, aquellos en los que Richard más confiaba. Los hombres comprobaron por última vez sus armas y se prepararon para entrar en acción…Añadir Anotación

     El despacho de Carlson poseía unas dimensiones considerables. Una gran estantería cubría por completo la pared situada a la derecha de la mesa de trabajo del general; en ella Carlson guardaba su colección de libros, películas y documentales, que trataban sobre su gran y única pasión: la Segunda Guerra Mundial. En la pared situada frente a la estantería destacaba un inmenso mural en el que se representaba con todo lujo de detalles una escena del desembarco de Normandía. La pintura era obra de David Prout, un excelente artista contemporáneo. No se trataba de una reproducción, sino del mural original, la joya de la corona de la actual colección de Carlson ya que, cuando el General se instaló en Base Némesis, se vio obligado a dejar atrás muchas de las piezas más valiosas, en especial aquellas que poseían unas considerables dimensiones.Añadir Anotación
     Gran parte de la superficie de la estancia se encontraba invadida por reliquias de la Segunda Guerra Mundial: cascos, armas, uniformes y otros objetos situados tras expositores acristalados se repartían a lo largo y a lo ancho, lo que le daba al despacho de Carlson la impresión de ser más un pequeño museo que un lugar de trabajo. En las restantes paredes de la habitación se encontraban, enmarcados y colgados, algunos de los carteles que se crearon durante el conflicto: propaganda del Ejército Aliado, proclamas de la Resistencia Francesa, documentos en los que destacaba la inconfundible cruz gamada que los Nazis tomaron como símbolo… El mobiliario propiamente dicho se reducía a cuatro elementos: una alargada mesa, la butaca en la que Carlson se sentaba y los no menos cómodos asientos situados frente a ella.Añadir Anotación
     Carlson tomó asiento, instando con un gesto al anciano para que hiciera lo propio. Richard se situó a la izquierda del general, y los dos descomunales hombres se posicionaron a cada lado del hombre octogenario. El contraste era casi cómico, sentado entre medias de aquellos dos gigantes el anciano parecía un pequeño muñeco de trapo viejo y arrugado. Carlson se preguntó por qué aquellos dos tipos no se quitaban las gafas de sol, ya que la iluminación de su despacho era algo tenue.Añadir Anotación
     El anciano alzó la vista hacia el hombre situado a su izquierda. Éste asintió levemente, extrajo una llave de uno de los bolsillos interiores de su chaqueta y la usó para abrir las esposas que mantenían su muñeca encadenada al maletín que transportaba, después lo posó suavemente frente al hombre octogenario. El anciano centró su atención en un pequeño panel numérico situado en una de las esquinas; tras pulsar varias teclas se hizo audible un leve ‘click’, entonces lo abrió y extrajo de su interior varios documentos y fotografías.Añadir Anotación
     -Bien, comencemos –Se tomó unos momentos para ordenar los papeles que había sacado del maletín, después tendió uno de ellos a Carlson-. ¿El rostro de este hombre le resulta familiar?
     El general alargó la mano para coger el documento y luego lo observó. Se trataba de una fotografía en blanco y negro que mostraba algo, cuando menos, curioso: un hombre de unos treinta años de edad sentado frente a una mesa, con los codos apoyados en ella, la cabeza apoyada entre las manos, y los ojos abiertos como platos. Iba vestido con algo parecido a una túnica negra, y llevaba puesto un extraño y ridículo sombrero triangular. A Carlson le vinieron a la memoria aquellos sombreros picudos de papel con los que solían ser retratados los locos en los comics de humor que acostumbraba a leer en su niñez. Un símbolo destacaba en el centro de aquel peculiar atuendo: algo parecido a un triángulo rodeado de rayos de luz. La instantánea mostraba además un libro sobre la mesa, justo a la izquierda del hombre. En la cubierta de ese libro se encontraba dibujado un pentagrama.Añadir Anotación
     -Pues… No, no lo conozco –Carlson se preguntó si se trataba de una broma o si aquel anciano le estaba poniendo a prueba. Ya lo hizo una vez en Roswell, enseñándole fotografías de ridículos platillos volantes… Platillos volantes que a Carlson le parecieron ridículos hasta que vio uno con sus propios ojos.Añadir Anotación
     -Edward Alexander Crowley, más conocido como Aleister Crowley entre el populacho y La Gran Bestia entre los aficionados y practicantes de magia negra. Nació en Inglaterra en mil ochocientos setenta y cinco. Puede decirse que el señor Crowley es el desencadenante de los acontecimientos que han llevado hasta el Proyecto Pandora.Añadir Anotación


By Quino-Wan, el último Jedi de un mundo que se ha movido

Quino-Wan, 2 de Agosto de 2005
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